Ayer en turno vi una escena que me tocó profundamente. Tuve que ir a ver a un paciente de 93 años, extremadamente deteriorado, con una neumonia en tratamiento de esas muy malas... En un paciente que no iba a resistirla, y su familia ya lo sabía. Enflaquecido, viejito, medio obnubilado, profundamente deshidratado. Empecé a hablar con el hijo, indagando el motivo del llamado y además con una especie de sentimiento de rabia que me invadía, mezclado por la profunda tristeza. Porque cuando entramos, el olor a orina aconchada hace varias horas, a poco aseo, a falta de cuidado, se hacía patente. El hijo nos dijo "Desde esta semana que está postrado no más..." mientras mirábamos los parches de las múltiples escaras que tenía... Finalmente, de mentiras verdad y después de muchas vueltas, sacamos que la verdad es que este paciente llevaba más de 2 años enfermo, deteriorándose...
Cuando llegamos, como dije, estaba profundamente deshidratado, con sus ojitos abiertos que no se cerraban, mirando a algún punto en el horizonte, respirando dificultosamente (aunque menos de lo que hubiera esperado)... Al examinarlo tuve que darlo vuelta y encontrarme con ese pañal en la cama lleno de orina de quizás cuándo, enfrentando al hijo me dijo que lo había "cambiado recién"...
Una vez que empezamos a hidratarlo, este abuelito pareció activarse... Y a quien se acercara a su lado le estiraba su mano enflaquecida, no sabíamos qué era lo que quería. Venía su hijo y le hacía una especie de cariño medio brusco, le limpiaba los ojos sin delicadeza, le echaba a un lado esa mano que tanto costaba estirar... Me dolía, me dolía tanto todo ese abandono...
Cuando llegó la hora de retirarnos, al terminar nuestro trabajo, pasé nuevamente al lado de él, que una vez más me estiraba su mano. La tomé y me apretó fuerte, lo apreté de vuelta, me hubiera quedado ahí un tiempo más largo de ser posible... Tal vez no podíamos darle más que un poco de hidratación para su cuerpo, pero sí podíamos darle un poco de amor: nadie es tan pobre que no pueda darlo. Y fue ahí cuando me pregunté qué es realmente la piedad.