Hay muchas cosas que me sorprenden en mi práctica diaria, especialmente en salud mental. Pero sobre todo, me asombra la escasa capacidad que tenemos de tolerar las emociones "negativas" (si es que se pueden llamar así) o que generen displacer.
Por un lado, veo pacientes que por ejemplo pueden estar en duelo agudo (digamos fallecimiento de personas muy significativas, separación matrimonial, etc) y el paciente refiere que "su familia lo mandó a consultar". Me refiero, por ejemplo, a que el evento haya ocurrido 3 semanas previa a la consulta.
Se nos olvidó que existen emociones normales en el curso de la vida, que no es normal permanecer indolentes ante un evento doloroso o traumático, que estas instancias son necesarias para crecer. El dolor y la angustia no son tolerados, y deben ser remediados y eliminados lo antes posible, no importa el proceso de elaboración y acomodación que debe venir detrás. Quieren "estar bien", más allá de la naturaleza del proceso, sin recorrer el camino.
No quiero decir con esto que debamos tener cierta predisposición autoflagelante frente al sufrimiento, pero sí reconocer que forma parte de la gama de emociones que se viven en una vida común y corriente.
Otra manifestación de esto la veo en mis pacientes tratados por depresión, y que de repente les ocurren sucesos comunes (alguna discusión familiar, una idea que no resultó, una desilución) e inmediatamente llegan "mal", típica frase "me deprimí más". Y explorando, finalmente lo que ocurre es que la expectativa del tratamiento es irreal, una especie de "me mantendré feliz no importando lo que pase", cuando en realidad eso no puede existir, no es natural...
Creo que nos hace falta reconocernos como personas, que más allá de "debo estar bien para todo lo que debo hacer", no somos máquinas de hacer... es lo que nos distingue de lo no-vivo, de los robots que pueden hacer todas esas cosas... La emoción es nuestro sello.