Una de las cosas que me llama profundamente la atención en las entrevistas con mis pacientes es que muchos de ellos no tienen una actividad de ocio. Cualquiera que esta sea. Por simple que sea, léase tejer (absolutamente portátil y en la feria venden lana por 2 chauchas, he comprado palillos de bambú maravillosos a luca! (mil pesos chilenos, menos de 2 dólares, para los extranjeros). Leer algún libro, cuidar algunas plantas, pintar mandalas (que los podemos crear o imprimir de alguna parte más una cajita de lápices de colores que puede costar 1 dólar), lo que sea. Realmente lo que sea. Pero les pregunto y me miran perplejos: "No, yo trabajo no más, pero a mí me gusta mi pega". Pregunto nuevamente si hacen algo que no sea por obligación. (La mayoría mujeres, responden:) "Llego a hacer las cosas de mi casa, el aseo, dejar lista la comida...". Chuta. Da para pensar en las condiciones de vida que estamos promoviendo, en cómo estimulamos a nuestra gente, en cómo les entregamos opciones para hacer en su vida algo que sea placentero. Algo que se parezca más a vivir, y no sólo trabajar para subsistir. Se nos olvida que las cosas que nos gusta hacer también nos confieren identidad, nos hacen únicos, nos hacen potenciar esas habilidades especiales que todos tenemos.
Además, el término ocio es mal mirado. Desde nuestra profunda convicción de que la "productividad" es buena, se nos olvida que el ser humano no es sólo una máquina de hacer dinero o productos, sino que es un ser compuesto de muchas otras cosas, y que para tener una vida plena necesita espacio para ser. Nos alienamos en este contexto, nos convertimos en una pieza más de la cadena productiva (ojo, no sólo trabajar, también estudiar, que se convierte también a la larga en una herramienta para la cadena productiva, a no ser que estudiemos algo que nos genere placer sólo por el gusto de aprender, cito mis cursos locos de filosofía china o de tarot y poesía, por ejemplo).
No me confundo con esto. Amo mi trabajo, lo disfruto a concho, cada minuto de él. Pero también disfruto de mi vida, y no estoy dispuesta a transar lo que soy por lo que supuestamente "debo ser". Daré mi mejor esfuerzo, pero dentro de un marco de ciertos límites. El "seguir siendo" no tiene precio, frente a lo que supuestamente en nuestra sociedad, "debiéramos ser".