Uno de los valores más preciados. La posibilidad de elegir cada día lo que quieres hacer (y por supuesto, de asumir las consecuencias que eso que harás trae). La sensación interna de apertura, de bienestar que viene con ella. La libertad.
Muchas personas hay que por algunas razones tienen su libertad restringida. Lo peor de todo es que la gran mayoría de esas personas no están privadas físicamente de esa libertad, sino que las cadenas se encuentran en su interior. Están presos por dentro.
Gran parte de eso está determinado por el miedo. Vivimos con miedo a que las cosas no resulten, a que nos miren feo, a que pase algo inesperado, a que... (ponga su motivo aquí, hay para todos los gustos). La mayoría de estos temores son absolutamente imaginarios, están basados en una idea que pocas veces tiene un asidero, o a veces un asidero parcial. Por alguna extraña razón, creemos que vemos el futuro, que leemos los pensamientos de las personas o que nuestro potencial es nulo. Algo nos pasa que nos paralizamos.
Otras veces nos engañamos a nosotros mismos. Nos decimos que una razón para hacer las cosas es tal, cuando en realidad los motivos profundos están en otra parte. No nos sinceramos, no miramos a la cara a nuestro temor y sus razones reales, y así no podemos hacerles frente, buscar una solución. Y nos volvemos a encerrar en esa burbuja calientita de la conformidad, de la comodidad, de la costumbre, de lo conocido.
A veces tenemos limitaciones reales. Pero generalmente esas limitaciones reales pocas veces son irreversibles. Requieres mucho trabajo y probablemente intervenciones bien variadas. Y se puede, la gran mayoría de las veces.
En fin. La llave está adentro. No en los otros, no afuera. Adentro. Sólo tienes que buscarla. ¿Cuál es tu cárcel?
Otro post previo sobre el miedo desde otro punto de vista aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario